Monday, March 09, 2009

Nuestra inmersión en el Medioevo: La Ermita de la Virgen de la Peña de Aniés.

La Historia:

Cuenta la leyenda que un caballero del Castillo de Loarre fue a practicar la cetrería. En los llanos de la Paul de Aniés, probablemente, iba atento al matorral hasta que salió una liebre. Entonces dejó libre al halcón y comenzó la caza.

Pero la liebre bajó por una barranquera impracticable, el halcón también se lanzó en picado hacia la liebre y, luego, el silencio. El halcón no volvía.

Valioso era el halcón. No se resignó el noble con tan preciada pérdida y se acercó primero en su cabalgadura, pero después ya con un andar precavido al borde de la barranca.

El paso era difícil, para el ser humano imposible, así que acordaron que uno de sus criados, fuertemente asegurado, bajase atado a una cuerda a aquella hondura.

Bajaron al criado, probablemente bastante asustado, ya que él era la “carne” que sufriría la valentía del noble del castillo.

Ahí, al fondo, en un lugar inaccesible, se encontró con una gran sorpresa. Halcón y liebre, ambos en gran armonía, veneraban una talla de la Virgen que estaba ahí entre las zarzas escondida.

Ahí se le quitaron miedos y aprensiones al vasallo que asiendo la imagen con ternura, tiró de la cuerda para ser izado.

El noble, descabalgado, iba a abrazar ufano a su lacayo al ver que el halcón ya revoloteaba hacia ellos con alegre voladura, eso sí sin presa entre las garras, cuando vio la talla de la Virgen de gran hermosura.

Bajaron a Aniés con gran devoción. Los lugareños festejaron a la Virgen y la depositaron con alegría en la Casa de Dios. Las campanas tañeron. Los vecinos de Loarre y Bolea acudieron con júbilo y decidieron organizar una fiesta ante esa Dulce Señora que quiso ser encontrada entre las peñas.

Pasó la noche y al amanecer, al abrir el portón de la Iglesia encontraron que la luz de la mañana se posaba sobre la hornacina vacía.

Primero el desconcierto, luego la búsqueda y finalmente el lacayo, bajado de nuevo con la cuerda al acantilado, encontró a la Virgen entre las zarzas del día anterior.

Es entonces cuando los lugareños decidieron que esa imagen tenía por las Peñas gran predilección y así decidieron erigir en ellas el Santuario que hoy contemplamos, si bien desde entonces se ha ido ampliando para formar un impresionante paraje colgado de un farallón.

La leyenda o la historia es del Siglo XIII, periodo de reconquista, de recuperación de tierras por los cristianos y de recuperación de imágenes marianas que fueron escondidas ante la persecución sarracena.

La Iglesia actual tiene ampliaciones del siglo XVII y XVIII. Su acceso en los últimos quince minutos, es por un camino tallado en la roca que se supera el acantilado hasta llegar al Santuario.

Una vez en el Santuario de la Virgen de la Peña se puede subir a la Ralla de la Virgen y, más arriba, el Cerro de la Virgen de 1348 metros de altitud. Y, desde la Paúl de Aniés al Pico Caballera y el Nabiella de 1581 y 1517 metros respectivamente.

Excursión:

El “equipo habitual” nos planteamos que había caído mucha nieve en el Pirineo, que soplaba un viento desapacible y que nos convenía algo más humilde y es cuando leímos la historia de la Virgen de la Peña, que nos decidió a seguir nuestro peregrinar medieval.

Para hacer una excursión circular decidimos dejar el vehículo en Bolea, andar por el GR-1 al pueblo de Aniés, desde ahí ascender a la Virgen de la Peña y ver cómo se presentaba el panorama por si pudiésemos volver por otro de los barrancos que cortan los conglomerados de la sierra de Guara.

Al llegar a Bolea vimos que en dirección nordeste había más nieve, pero con un viento relativamente cálido. Hicimos nuestro trayecto cruzando el Sotón y llegando sin problemas a Aniés. Desde ahí subimos por pista hacia la Virgen de la Peña, con varios alcorces en la ascensión. Los lugareños no veían muy prudente la subida, pero “para volver” siempre hay tiempo.

La nieve nos obligó a ponernos las polainas a media ascensión. Y llegamos al tramo del tallado en la roca. Ahí la nieve era blanda y se podía subir sin dificultad pero con prudencia.

La primera puerta de la Ermita de la Virgen estaba abierta y desde ahí, después de un frugal almuerzo, decidimos que más que subir, seguiríamos por la pista hasta la senda que conectaba con la Ermita de San Cristóbal.

Mi acompañante habitual se apellida San Cristóbal y quisimos hacer así un homenaje a su patrón.

La bajada a la Ermita, que seguramente es más antigua pero que tiene documentos escritos que hablan de su existencia desde el Siglo XVI, está bien señalizada con unas balizas de pintura blanca, muy importantes ya que “o se baja por la zona indicada o se acaba en un barranco”.

En la Ermita de San Cristóbal dejamos nuestra firma en el libro de firmas y pudimos admirar un San Gabriel pintado en la roca que se conserva relativamente bien.

Bajamos por el barranco del río Sotón, también llamado Barranco de las Árticas por su umbría natural y llegamos a la Ermita de Santa Quiteria, lugar de solaz y comidas de hermandad en honor a la Santa.

Finalmente retomamos el GR-1, de vuelta a Bolea.

El tiempo empleado fue de unas seis horas con las paradas breves para reponer fuerzas.

El paisaje precioso, las posibilidades de otras excursiones circulares por esos parajes muchas.

Repetiremos.

Frid






Inicio del camino por el GR-1






Llegada a Aniés

Vista de la Ermita de la Virgen de la Peña a la salida de Aniés.


Iglesia de Aniés.

Aniés desde la pista a la Rasal de Paúl











En la Ermita de la Virgen de la Peña.







Llegando a la Ermita de San Cristobal

Imagen de San Gabriel de la Anunciación en la Ermita de San Cristobal.

La Ermita de San Cristobal está en el roquedo de areniscas.



Barrancos.







Ermita de Santa Quiteria


Ver: “El reino de los Mallos”, senderos balizados, PRAMES, Zaragoza 2001

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